Algunas mañanas, sobre todo cuando llevo prisa, me es molesto tener que ajustarle la hora y el día al relojito. Darle cuerda.
Me escuecen las facturas de las revisiones, los desajustes inesperados, los fallos de piezas que pocos son capaces de arreglar, los precios desorbitados de las piezas objeto de deseo.
Y aún así no soy capaz de llevar puesto un reloj de cuarzo más de un día, por muy bonito que sea, por muy eterno que tenga el funcionamiento, por mucho par de birras que cueste cambiarle la pila, por tanto que difiera su precio del de los automáticos ni por las muchas cosas que podría hacer con la diferencia; me acabo arrepintiendo siempre al cabo de poco de haberme comprado uno. ¡No hay manera!
¿Estamos locos?
Me escuecen las facturas de las revisiones, los desajustes inesperados, los fallos de piezas que pocos son capaces de arreglar, los precios desorbitados de las piezas objeto de deseo.
Y aún así no soy capaz de llevar puesto un reloj de cuarzo más de un día, por muy bonito que sea, por muy eterno que tenga el funcionamiento, por mucho par de birras que cueste cambiarle la pila, por tanto que difiera su precio del de los automáticos ni por las muchas cosas que podría hacer con la diferencia; me acabo arrepintiendo siempre al cabo de poco de haberme comprado uno. ¡No hay manera!
¿Estamos locos?